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miércoles, diciembre 13, 2006

A PROPOSITO DE UNA MUERTE

Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la pesada vía, por donde van los hombres contentos de vivir….
Gabriela Mistral


La agresividad observada en estos días en nuestro país, a propósito de la muerte de pinochet, da cuenta de la permanencia en el tiempo de heridas abiertas, bien abiertas, que impiden a las víctimas perdonar a sus victimarios.

¿Qué hace que esas personas estén atrapadas aún en su rabia? Podemos esbozar dos factores (obviamente deben haber muchos más):

1) Factores Directos: tienen que ver con la impunidad. Las víctimas sienten que no se ha castigado a todos los culpables. Pero además sienten que muchos de los victimarios no han tenido ningún gesto de humildad y de arrepentimiento.
2) Factores Indirectos: En el tejido social aún permanece la idea de que aquellos que fueron víctimas tuvieron responsabilidad en los hechos. Vale decir, que por alguna razón sufrieron lo que sufrieron. En otras palabras, la sociedad percibe aunque solapadamente, que hay una cierta justificación para las muertes, desapariciones, torturas y apremios.

La muerte de pinochet simboliza de alguna manera el revivir escenarios siniestros; aquellas pesadillas que no se pueden olvidar, los inexplicables tormentos, y lo que es más dramático, la muerte y desaparición de personas. pinochet –quiéranlo o no- representó el símbolo de esa maldad. Y su responsabilidad penal quedó impune. Pero más allá de esto, lo que permanece impune es lo que la sociedad toda de alguna manera está en deuda. Y es la sensación de apatía y frialdad con que se vive, de alguna manera, otra “herencia” de pinochet, aquella que tiene que ver con el maniqueísmo que en algún momento definió a “buenos y malos” en nuestro país. Y la sociedad todavía respira esta maldita dicotomía. Los malos son los marxistas que querían destruir el país (y todos aquellos que lo apoyaban). Los buenos son los que apoyan la causa de “libertadora” de los militares.

La misma muerte de pinochet –incluso- también es fuente de agresividad. Muere “limpiamente” en su lecho de enfermo, rodeado de sus familiares, a una edad “razonable” para morir. Recibe inusitados apoyos de personas; faraónicos honores militares; todo un despliegue mediático; validación total y absoluta como una especie de héroe, que se lleva también a su última morada su conciencia plagada de crímenes, torturas, desapariciones, robos millonarios, y lo más doloroso: nada, nada de arrepentimiento. La muerte de un dictador no se merece tanto. Al menos pienso lo que dirán los familiares de Mussolini a quién lo colgaron junto a su amante en una plaza de Italia; o del dictador paraguayo Stroessner, quién murió acribillado; y así como ellos la gran mayoría de los dictadores. Frente a esos casos, la muerte de pinochet es soñada. Y eso, de alguna manera también duele.

Mientras tanto, acompañemos a los que sufren, para lo cual llenémonos de esperanza porque todavía hay vida, y en abundancia. Porque no se ha muerto el hombre. Y ello nos permite recuperar la paz –externa e interna-, aquella paz que nos dignifique como seres humanos, y nos libre. Para caminar por esas “anchas alamedas” del hombre digno, respetado, querido, y unido. Alegre de vivir la vida. Generoso en la pobreza. Humilde en la grandeza. Inflexible contra la violencia. Amante del Amor Fraternal.
Eso.