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jueves, junio 30, 2005

¿Es Chile un país de personas Humildes?

Humildad: (del Lat. humilitas): Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.
Diccionario de la Real Academia Española



Hace tiempo que tengo la idea de escribir acerca de algunos aspectos de la forma de ser de nosotros los chilenos. Esta idea me nació en una oportunidad en que por mi trabajo me tocó recibir una visita de Colombia. Durante el viaje que hicimos a Huasco, me comentó que le parecían extrañas algunas actitudes de los chilenos. Me dijo que cuando recién llegó al país los compañeros de oficina que la fueron a recibir al aeropuerto la invitaron a muchas partes.. “uno de estos fines de semana podríamos ir a Viña; otro podríamos hacer un asadito; cualquiera de estos días podemos ir a comer, te invitaré a mi casa, etc.” Cuando llegó a su hotel estaba agobiada con tantas invitaciones; “de donde sacaré tiempo para responder a tantos compromisos”, pensaba. Pasó un año y ninguna de las múltiples invitaciones se concretó. ¿Porqué? Por que acá somos así. Cuando nos encontramos con alguien que hace tiempo no veíamos, una frase recurrente es “cualquier día podríamos juntarnos para conversar con más tiempo…”, ese cualquier día no existe y lo sabemos, lo sabemos ambos, son sólo frases de buena crianza, que en nuestros códigos las entendemos, pero que a los ojos de un extranjero es algo raro, por decirlo de alguna forma.

Es nuestra manera, debemos asumirla. Como cuando encontramos a alguien conocido en la calle y le decimos, hola, ¿cómo estás?, cuando en realidad la mayoría de las veces no escuchamos la respuesta (que casi siempre es “bien ¿y tú?”). A veces me pregunto que pasa si le contestamos “mal”. Tal vez correríamos el riesgo que nos respondan “qué bueno, me alegro”. No existe la posibilidad que el otro establezca una relación empática a partir de esa pregunta “¿cómo estás?”, porque esa pregunta es sólo un saludo, nada más. Al revés, si respondemos por ejemplo “bien, super bien”, eso hará que nuestro ocasional interlocutor sí se interese y quiera ahondar en la respuesta, y con algo de duda aún preguntará “¿sí?, que bueno que te vaya bien”, pero en muchos casos se pensará que está mintiendo, que no es verdad. Porque no cabe en nuestro concepto que alguien diga a la primera que le ha ido bien. Casi siempre es al revés. Recuerdo en el tiempo que estudiaba en la universidad, que un compañero siempre al terminar las pruebas salía acongojado; “¿cómo te fue?” le preguntábamos, “super mal” contestaba. Después siempre era la mejor nota del curso. Tal parece que a nosotros nos causa pánico salirnos de nuestra falsa modestia. Preferimos asegurarnos y mentir, para que si después nos va mal, estemos blindados contra la burla. Porque al menos en ese tiempo, a aquel que se atrevía a decir que le fue bien en la prueba y después le entregaban una mala nota, era víctima de las más despiadadas burlas. Hay en esas actitudes un dejo de inseguridad crónica. Pero también mucho de mediocridad.

[1]Hace poco escuchaba una charla de Fernando Flores que se refería a un tema muy de moda hoy: los blogs. El pidió a los asistentes que levantaran la mano quienes sabían algo del tema, tímidamente levantaron algunos la mano. Después solicitó que levantaran la mano, de esos que ya la habían levantado, aquellos que habían trabajado en el tema. Fueron unos pocos en sala que se atrevieron. Después pidió que levantaran la mano los que no sabían nada del tema, y sorpresivamente muchos del los que habían levantado la mano antes, la volvieron a levantar. Así somos.


Otro aspecto que me llama la atención es siempre querer diferenciarse de los demás, en el sentido de tomar ventaja. Por ejemplo, no hay falacia mas común que decir: “yo siempre digo lo que pienso”. La verdad es que casi nunca decimos lo que pensamos, siempre guardamos algo, siempre escondemos algo para negociar, le tememos a la franqueza, que a su vez se interpreta como pedantería en esa institución nacional que es la falsa modestia. No queremos –o no podemos- aparecer ante los ojos de los demás como queriendo sabérselas todas; y tiene sentido: la experiencia nos indica que cuando somos auténticos, se te etiqueta de cualquier cosa –todas negativas-, pero nunca como un ser auténtico o sincero. Corres el riesgo cierto del “chaqueteo”, una de las instituciones nacionales más sólidas y más antiguas: nuestra incapacidad total y absoluta para reconocer sinceramente que el otro tiene méritos. Si la persona asciende en el trabajo, entonces debe ser porque “le hace la pata al jefe”, porque tiene influencias, o porque es familiar o amigo de alguien importante.

Eso conlleva a una sociedad reprimida por nuestras propias costumbres culturales. Es vergonzoso lo que se hace debido a estas malas costumbres. Nuestro país se dio el lujo de entregar el Premio Nacional de Literatura después que habían recibido el Premio Nobel. A propósito, nosotros nos damos otro lujo: cuando nos referimos a nuestros Premios Nóbeles de Literatura, lo hacemos con un desprecio que es insultante para nosotros mismos: Gabriela Mistral fue una lesbiana, y Pablo Neruda fue un comunista, no más que eso..

Somos capaces, muy capaces, es verdad, pero nosotros mismos ponemos freno a nuestra perseverancia. Marcelo Ríos fue N°1 del mundo en el tenis, pero fue incapaz de perseverar en ese nivel. Es como si nos conformáramos con demostrar que nos la podemos, pero de ahí nada más. Y eso viene desde niños. Es típico el comentario del padre respecto de su hijo: “este cabro es inteligente. Cuando quiere se saca un siete, pero es flojo.” Como que nos autoachatamos. Somos capaces de tener medalla de oro olímpica, de presidir altos organismos internacionales, de liderar iniciativas internacionales; de promover con éxito tecnologías en países desarrollados; de ser profetas fuera de su tierra, donde no te achaten, donde no te chaqueteen, pero llegas aquí, y te pasan la cuenta. Eres lo que eras, no lo que eres o proyectas ser. Nos queremos poco como ciudadanos de este país. Nos solazamos con el pelambre, con la derrota del otro. Nos encanta el cahuín y los tropiezos, principalmente de alguien exitoso. Somos felices cuando vemos en el suelo al que se vanaglorió del éxito. Nos gusta ver mal al semejante, para después tenderle paternalistamente la mano y levantarlo. Gozamos con eso.

Mostramos nuestra animadversión para con los argentinos, pero en el fondo nos gustaría ser como ellos. Siempre me ha causado admiración cómo los argentinos se quieren entre ellos. Es cierto, pelean, pero se quieren, y también quieren a los exitosos, aunque no sean argentinos. Buena lección para aprender.

Como dice el periodista Pablo Halpern[2], en el mundo de los negocios nadie en Chile se atreve a usar la palabra NO. Lo que predomina, dice Halpern, es la mentirilla dilatoria que hace perder tiempo, crea falsas expectativas, y dilapida esfuerzos. Buscar trabajo o presentar proyectos es una experiencia tortuosa. Rara vez se encuentra alguien que frontalmente dice gracias, pero esto no me interesa. Lo normal es no devolver llamados ni correos electrónicos, a no ser que provengan de personas importantes o que nos pueden ser útiles en algún momento en la vida. Las puertas quedan ilusoriamente entreabiertas siempre, aunque en la práctica estén completamente cerradas.La inclinación por hacer las cosas bien en el trabajo no es lo obvio. La gente llega a las reuniones mal preparada, impuntual, se saca la vuelta, se roban ideas y no se da crédito a las contribuciones de otro si se puede evitar.
En materia de estatus, nuestro arribismo es notable. Prejuzgamos a las personas a partir de la marca del auto que tienen, el barrio en que viven, la ropa que visten o el lugar en donde veranean.
Concluye Halpern, que virtudes tenemos muchas. Y no somos ni remotamente el peor lugar en que nos podría haber tocado vivir. Pero vaya que nos cuesta confrontar el lado oscuro de nuestra identidad.

Quizás una buena forma para comenzar a revertir esto, sería hacer un inventario de los múltiples atributos que tenemos y hemos tenido los chilenos, como primer paso para abandonar esa falsa modestia, esa falta de humildad, que permitirá partir por reconocer nuestras propias limitaciones, lo que nos abrirá el mundo para acoger más sinceramente a nuestros semejantes. Por ahí tal vez, comenzaremos a ser más humildes.
Eso.

1 Pablo Halpern, en su columna de Revista El Sábado de Diario El Mercurio, 10/06/05

1 Comments:

  • At 11:12 a. m., Anonymous Anónimo said…

    ¡Felicitaciones, Sergio...! Escuchaste el seminario del señor Fernando Flores.

    Pienso que nos falta muchísimo para sentirnos humildes... porque ésta nace de la grandeza espiritual y la sabiduría.

    Como dice Cervantes. "En más se ha de estimar y tener un humilde virtuoso que un vicioso levantado".

    Saludos,

    Mario Cubillos

     

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