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lunes, noviembre 07, 2005

VAMOS A MISA A LA CATEDRAL

Por un momento se olvidó que cada uno es cada cual…
La Fiesta, Joan Manuel Serrat

“Gran venta nocturna en el mall plaza” decía la propaganda, e invitaba a los leales consumidores a ir a comprar ese viernes por la noche, ya que habría atractivos descuentos en todos los locales dicho centro comercial.

Cómo ha cambiado la mercadotecnia, pensaba, al terminar mi día de consumismo. Recuerdo cuando niño que en mi pueblo –mi querido Vicuña- los negocios eran el almacén, la zapatería, la carnicería, la verdulería, la chanchería, la farmacia y la tienda. Todos separados. Capítulo aparte se merecía el “Arca de Noé”, que era un negocio que tenía de todo: desde un rústico azadón hasta un fino collar de perlas. Su dueño lo apodaban puñalito. Así eran los negocios. Todos se conocían, y el sistema de crédito imperante era fiar, con una libreta que guardaban los deudores y, que a fin de mes, las pagaban tan pronto como recibían su sueldo. Recuerdo que me gustaba acompañar a mi mamá los fines de mes a pagar, porque al hacerlo, yo pedía la llapa (no estoy seguro como se escribe, tal vez, yapa), que era un regalo del dueño del negocio en agradecimiento por el pago oportuno. Mi mamá cargaba las distintas libretas, con anotaciones de los pedidos del mes. Esa vuelta pagadora demoraba un par de horas, ya que en cada estación siempre se establecía un diálogo acogedor, un comentario, o una sugerencia de compra, en fin, interrelaciones humanas, concepto que hoy por hoy está en franca extinción.

Volviendo a la historia del comienzo, ese día viernes, el de la gran venta nocturna, nos preparamos para ir. De hecho, mi hijo mayor, que ya no vive con nosotros, nos llamó para ponernos de acuerdo e ir juntos. Era un ambiente similar al que se experimentaba en las horas previas antes que mi mamá iniciara su periplo pagador con sus libretas a entregar buena parte de su sueldo a los comerciantes. Parecía igual, pero no era igual.

Los malls surgen en Chile como una copia de los sistemas de comercialización – retail- de USA. En un mall encuentras gran parte de lo que necesitas. Y también de lo que no necesitas. Tienen un ambiente grato, buenos estacionamientos, seguridad y bien decoradas tiendas.

Empecemos por Fallabella, dijo alguien de nuestra delegación, que ya sumábamos nueve personas. Mi señora me dijo: “ándate a la sección hombres que yo estaré en la sección femenina”. A dicha sección yo la bauticé como el “triángulo de las bermudas” ya que las mujeres se pierden adentro y cuesta que salgan. Las grandes tiendas, como Falabella y Almacenes Paris, ambas con presencia en el mall, acaparan la mayor parte del público consumista. En efecto, los clientes de dichas tiendas –me incluyo ciertamente- tenemos tarjetas de crédito otorgadas por dichas casa comerciales, que nos permiten comprar sin dinero, y equivaldrían a la versión moderna de las libretas de mi mamá. Con una gran diferencia, aplican interés a las compras y se reciben penas del infierno si no pagas. Las libretas en cambio, mantenían intacto el valor de la compra, y si no podías pagar, entonces abanabas lo que podías. Nunca vi a ningún comerciante enojado por esto.

“Ahora vamos a Almacenes Paris, a ver a cómo está esta misma ropa interior”, acotó mi señora, compenetrada en comparación de ofertas. Reconozco que no me interpelaba nada; era de lo más normal para mí. De hecho, también contribuí a esa fiebre consumista, comprando una afeitadores eléctrica, la que estaba más barata que la que compré el año pasado y es mejor. Bingo. Ya no necesito ni siquiera una mínima motivación comercial: yo mismo genero los slogan y argumentos para favorecer mi ya arraigado consumismo.

Vamos de nuevo a Fallabella… y para no perdernos, nos comunicábamos por celular “¿Donde estás? en Falabella contestaba, pero si yo también estoy en Falabella y no te veo. Si estoy al lado tuyo, huevón”. Diálogos profundos como esos, nos matizaron las horas de esa imperdible venta nocturna.

Resultado de esa fiebre de viernes por la noche: efectuamos las compras de siempre, con el conformismo del descuento, imán irresistible a la hora de comprar, al menos para un eximio consumidor como yo.

Porque debo reconocer que el consumir me atrae.

“¿En cuántas cuotas lo quiere llevar señor?”. Le informo que la tasa para seis meses está más baja que la para cinco meses. ¿En serio? Le contesté algo distraído al vendedor. Y cual sería la diferencia, acoté con el más mínimo entusiasmo. Le explico: a cinco meses la tasa está a 3,64% mensual. Ahh, dije, y la de seis meses. Está a 3,63%. ¿Se da cuenta que está más baja?” preguntó el ya embelesado vendedor. Correcto, dije, como quién mira desde las alturas, y ha atisbado con extrema asertividad, la solución casi imposible del puzzle consumista.

Esa venta nocturna, cual una misa en una catedral en tiempo de Navidad, (no en vano se señala a los malls como las catedrales del consumismo), nos dejó pendiente el perdón, la paz, la comunión y la bendición de despedida. Sólo quedaron para recordarnos un buen tiempo, los cargos electrónicos que aumentaron una vez más, nuestras ya abultadas deudas.

Estamos cerrando, dijo el guardia, ya no pueden entrar, fue su reacción ante nuestro último intento por alargar las compras.

Se acabó, el sol nos dice que llegó el final. Por un momento se olvidó que cada uno es cada cuál. Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta; dice la canción de Serrat.

Y ahora a esperar la próxima venta nocturna.

El que esté libre de consumismo, que lance la primera piedra, pero ¡cuidado!, que te puede golpear a ti mismo.
Eso.